Señoras y señores. Damas y caballeros. Dispónganse a recibir con un fuerte aplauso al carismático, al atractivo, al inigualable... ¡Fernando Grande-Marlaska!
Por supuesto que no fueron estas las palabras con que Fernández-Vivanco nos anunció que íbamos a mantener una reunión con el juez Grande-Marlaska. Pero apuesto a que fue así como semejante revelación sonó en las mentes de mis compañeras de Practicum.
¿Grande-Marlaska? ¡Qué fuerte, tía!
Tal comunicado nos pilló a todos de imprevisto. Fue un poco traicionero, ¿pero quiénes somos nosotros para exigir un programa de actividades coordinado y establecido con antelación?
¿Qué sabía yo del señor Marlaska? Habitualmente, empiezo a leer los periódicos de atrás hacia delante, y por regla general nunca exploro más allá de la sección de deportes. Me sonaba que este tipo había sustituido a Baltasar Garzón, y que no solo se había hecho cargo de su trabajo sino que también había asumido su cuota de popularidad y estrellato mediático.
También sabía que era un sujeto atractivo, que levantaba pasiones entre el público femenino a pesar de ser abiertamente homosexual. O quizá precisamente por ello. La información de que disponía era suficiente como para no extrañarme ante los profundos suspiros de mis compañeras. ¡Ay, Grande-Marlaska! ¡Y yo con estos pelos!... Uno no puede ser del todo ajeno a las feromonas que de pronto se desatan en el ambiente, y decidí dejar de lado mi habitual escepticismo. Puede que después de todo estuviéramos a punto de conocer a alguien interesante.
Y desde luego, Fernando Grande-Marlaska es interesante. No lo dudo. Pero lamentablemente, aquel día decidió dejarse su charm olvidado en casa.

Nacido en Bilbao a principios de los 60, Fernando Grande-Marlaska se ha ganado el respeto de propios y extraños merced a una incuestionable ética de trabajo. De su figura se desprende un aura de orden, seriedad, meticulosidad. Confiesa que curra de nueve a nueve (¿dormirá la siesta?), y no en vano hay quien alaba sus resoluciones como impecables.
En su momento, Grande-Marlaska impidió que De Juana Chaos saliera de la cárcel, prohibió un congreso de HB... Y se las arregló para salir ileso de una decisión que parecía una trampa china: recién declarado el alto el fuego de ETA, en sus manos estaba un auto histórico que podía dar con los huesos de Otegi en la cárcel. Más de uno contuvo la respiración a la espera de la resolución de Marlaska, que pareció lograr el imposible: dejar a todos contentos, esto es, prisión para el amigo Arnaldo pero con un cuarto de kilo (hablo en euros) como fianza.
Interesante, ¿verdad? Pues bien, parecía que nosotros, un hatajo de post adolescentes a punto de licenciarse, estábamos más interesados en que Fernandito nos proporcionara orientaciones profesionales.
¿Opositar o no opositar? Esa es la cuestión.
Me pregunto qué demonios le importarían a Marlaska aquellas pamplinas. Pero lo cierto es que parecía sentirse cómodo soltando naderías. Había empezado su discurso en tono de clase magistral, hablándonos de la Audiencia Nacional y sus competencias. Los artículos 65 y 88 de la Ley Orgánica del Poder Judicial nunca habían dado para tanto. Parecía estar alcanzando placeres al borde de lo erótico mientras nos explicaba las diferencias entre extradiciones y órdenes europeas de detención y entrega. Y pensé que terminaría bajando la guardia cuando se relajó contestando a nuestras inquietudes sobre cómo elegir un buen preparador.
Su parsimonia solo se vio amenzada cuando estalló la burbuja de la rabiosa actualidad. ¿Qué opinaba de la decisión del Gobierno de ZP de otorgarle la prisión atenuada al ínclito De Juana Chaos?
Marlaska se puso su mejor máscara de juez, de hombre de Derecho, y procedió a una exposición razonada de cómo debería interpretarse el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario. La conclusión: si de él hubiese dependido, De Juana seguiría pasando hambre.
Eso, aclaró, desde un punto de vista, desde un criterio estrictamente jurídico.
¿Y desde un criterio no jurídico? No todo en la vida son Leyes y Reglamentos, hay cuestiones sociopolíticas que trascienden los textos legales.
Marlaska no quiso mojarse. Fue hermético al respecto. Si había un criterio de oportunidad que había pesado de manera significativa en la decisión del Gobierno, eso a él le desbordaba; él es un juez y como tal tiene que regirse por lo jurídico. No es quién para dar una opinión. Aunque la tiene, y muy clara, de eso pueden estar seguros.
Según se cuenta, Fernando Grande-Marlaska nunca se ha encontrado a gusto con su recién descubierto protagonismo mediático. De hecho, apenas concede entrevistas y se muestra esquivo ante los micrófonos. Apagado el leve fuego iniciado por el tema De Juana, el pobre hombre debía sentirse aliviado al cerciorarse de que nosotros no supondríamos ninguna amenaza contra su fachada de corrección política.
Tanto es así, que nuestro entrañable juez empezó a hablar. Nada que no se pudiera encontrar en Internet, como constaté después, pero por lo menos comenzaba a alejarse de ese perfil tan odiosamente jurídico para acercarse a su lado más humano, más vulgar.
Nos relató cómo en el año 85 se licenció en Derecho y Economía. En primer término, su intención era hacerse funcionario de la UE. ¡Y a vivir! De hecho, solicitó una beca para estudiar en el Colegio de Brujas (hasta que comprendí que se estaba refiriendo a la ciudad belga, me reí yo solo imaginándomelo disfrazado de Harry Potter; en fin, sí, qué infantil soy). La beca le fue denegada, así que no le quedó otro remedio que tratar de encontrar su nicho en el ámbito privado. Empezó a trabajar en una empresa de exportaciones, pero el asunto no terminó de convencerle, así que recogió los bártulos y se puso a opositar.
En menos de dos años, ya era juez.
Gracias por el complejo de inferioridad que nos ha creado, señor Marlaska.

La carrera de este señor en la judicatura ha sido fulgurante. Porque le agrada su trabajo.
Leyendo en los archivos de algunos periódicos digitales, me enteré de que en 1999, con tan solo 37 primaveras, Marlaska se hizo cargo de la Audiencia Provincial de Vizcaya. Interpelado sobre su juventud, quizá excesiva para semejante puesto, Marlaska se encogió de hombros y respondió con una lógica aplastante: "Será que no hay gente delante de nosotros en el escalafón que quiera venir aquí".
Seguramente, no sin motivo. En sus primeros 365 días en el cargo, ETA había dejado 23 muertos a sus espaldas. Cuando unos meses más tarde se detuvo al Comando Vizcaya, se descubrió que la banda terrorista había recopilado informaciones acerca de Marlaska.
Fernandito estaba en el punto de mira, y hubo que colocarle escolta. Fue una noticia difícil de digerir, pero tampoco le supuso ningún trauma, porque era perfectamente consciente de que aquello podía suceder tarde o temprano.
Además, la escusa de la seguridad le viene al pelo para librarse de pasear a su perra. Quien tiene que salir y recoger las caquitas del animal, llueva o haga sol, es Gorka, su marido.
Y hete aquí que nos encontramos con un detalle curioso. Estamos hablando de un hombre, don Fernando Grande-Marlaska, en cuyas manos han estado depositadas algunas de las decisiones más trascendentales de la vida social española reciente. Un hombre que, a la hora de ejercer su profesión, ha de soportar -aunque nuestro héroe diga que no le cuesta- lo que el mismo denomina una sibilina presión política y mediática.
Pero una de las fechas grabadas a fuego en su memoria no es otra que el 3 de febrero de 1998. Aquel día, Fernando hizo acopio de valor y le confesó a su madre que era homosexual, y que se iba a vivir con su novio.
Ama no se lo debió de tomar muy bien. Después de todo, no había estado luchando toda una vida para que ahora llegara su hijo a estimular las habladurías y los chismes entre las vecinas.
Ama no lo aceptó, y durante un tiempo la familia estuvo fraccionada. Fernando se negó a asistir a la cena de Navidad si no era en compañía de Gorka, a quien nadie había tenido la delicadeza de invitar.
Es más, por un cúmulo de circunstancias, Fernando ni siquiera informó a su madre de que se casaba. A la vuelta de la luna de miel, Fernando enfiló el camino hacia Bilbao para contárselo. No fue fácil encontrar la ocasión propicia. Pero esta terminó presentándose en un trayecto en coche. Fernando iba al volante, Ama en el asiento del copiloto. Con la mirada perdida en la infinidad de la carretera, sin establecer contacto visual con su madre, Fernando le dijo por fin que había regularizado su situación con Gorka.
¿Adivinan cuál fue la respuesta?
"Me lo esperaba".
Orgullosa, digna, sosegada. Sin decir una palabra más alta que otra. Haciendo una concesión sin modificar un ápice su postura al respecto.
¿Y habrá todavía quien se pregunte de dónde ha sacado Grande-Marlaska su ecuanimidad, su savoir faire, su profesionalidad?
De tal palo, tal astilla...