viernes, 1 de junio de 2007

7. Policía Científica

Antonio Ciprián, actual encargado de relaciones institucionales de la Policía Científica, fue nuestro anfitrión durante la visita a las instalaciones de Pinar del Rey.

Ciprián nos describió el funcionamiento de la Policía Científica, de las distintas unidades que la integran, y nos relató numerosas anécdotas y curiosidades.

¿Sabían que la unidad de acústica forense fue decisiva en la resolución del caso Anabel Segura? ¿Sospechaban por lo más remoto que lo primero que hace el asesinato inexperto al apretar el gatillo es relajar el esfínter? ¿Eran conscientes de que el revelado con cianocrilato en campanas de vaporización es el último método descubierto para identificar a las personas mediante la dactiloscopia?





En el departamento de balística nos mostraron las aplicaciones del programa IBIS (Sistema de Identificación de Balística Integrada). Pudimos también atisbar la colección de armas que atesora la Policía Judicial, y en la que destaca a mi juicio una pieza de la más inverosímil artesanía.

Se trataba de un enorme trozo de madera que un recluso en una prisión española había convertido en escopeta para proceder a un ajuste de cuentas. El preso logró la madera en el taller, donde seguramente también consiguió el pedazo de tubería y el el cable de cobre con la longitud suficiente para disparar un proyectil improvisado.

Una obra de arte que le valió para cobrarse un muerto más.

Igualmente llamativo es el caso de un sujeto que, una noche, se negó a pasar un control rutinario de alcoholemia. Los agentes le advirtieron que ante su negativa se verían en la obligación arrestarlo. El hombre no entró en razón y fue llevado a comisaría, donde se le tomaron sus huellas dactilares. Resulta que sus huellas coincidían con otras huellas que habían permanecido anónimas durante ocho años, después de haber sido encontradas en la escena de un homicidio. Fíjense qué cosas se revelan involuntariamente solo por ahorrarse una multa.

Y para terminar, una ocurrencia. Cuando estábamos a punto de despedirnos, vimos que en el aparcamiento del recinto tenían un vehículo completamente siniestrado. Ciprián nos aclaró que se trataba de uno de los coches dañados en el atentado de la T4, que habían estado analizando.
Ese coche calcinado y reducido a chatarra parecía simbolizar el presumible fracaso del proceso de paz con ETA, el descalabro de Zapatero en su promesa de poner fin al terrorismo. Puede que acaben teniendo razón quienes dicen que el ZP que entró por Atocha saldrá por Barajas.

6.Ding Dong



12 de abril de 1993. Son cerca de las tres de la tarde. Una joven de 22 años, alumna de ICADE, sale de la urbanización Intergolf de La Moraleja para hacer un poco de footing. Su ejercicio es interrumpido cuando de una furgoneta Ford Courier blanca se baja un individuo para, aparentemente, preguntarle una dirección.
La realidad del asunto, sin embargo, es que aquel fue el momento aprovechado por Emilia Muñoz y Cándido Ortiz para secuestrar a Anabel Segura.
Muñoz y Ortiz eran unos pobres hombres. Acuciados por las deudas, con una familia a la que mantener, llegaron a la conclusión de que la solución a sus problemas pasaba por cobrar el rescate de un secuestro rápido.
Sin embargo, no iba a ser tan fácil conseguir el dinero a corto plazo. Y al darse cuenta de que carecían de la infraestructura precisa para mantener a la joven secuestrada, decidieron estrangularla. Anabel Segura fue asesinada antes de que llegaran a cumplirse siete horas desde su rapto.
Antes de morir, Anabel había revelado toda la información que Muñoz y Ortiz necesitaban para extorsionar a la familia Segura. Vía telefónica, pidieron un rescate millonario. Como es lógico, el padre de la joven exigió pruebas tangibles de que Anabel continuaba con vida. La mujer de Emilia Muñoz, una churrera llamada Felisa, fue la encargada de impostar la voz de Anabel. Aunque chapucera, aquella maniobra fue suficiente para encender una luz de esperanza en el seno de la familia Segura.
Fueron más de diez los contactos telefónicos que se produjeron entre los secuestradores y Rafael Escuredo, abogado y portavoz de los Segura. Se fijaron citas para el pago del rescate, pero Muñoz y Ortiz nunca se presentaron.
De todos modos, de estas citaciones frustradas pudo sacarse un dato en limpio: la zona geográfica en la que actuaban los secuestradores. Delimitado su radio de acción, entró en escena la unidad de acústica forense de la Policía Científica.
Se intervinieron las conversaciones telefónicas de la zona para encontrar una voz que coincidiera con la del jefe de la banda. No se tardó demasiado en encontrar que un tal Emilio Muñoz hablaba igual que el cabecilla de los secuestradores: la pronunciación de la palabra perdón era inconfundible.
Al mismo tiempo que se iban avanzando por este frente, un grupo de expertos alemanes se dedicaba a extraer toda la información posible de las grabaciones, analizando los sonidos y ruidos de fondo. En una de esas grabaciones podía oírse el timbre de una puerta. La policía se lanzó a hacer sonar los timbres de todas las puertas de Vallecas, pues era en este lugar donde habían tenido lugar la mayor parte de las conversaciones entre Emilio Muñoz y su hermano.
Efectivamente, la puerta cuyo timbre sonaba exactamente igual al de la cinta enviada por los secuestradores pertenecía al antiguo domicilio de Emilio Muñoz.
La policía intensificó la presión sobre el hermano de Emilio, Alfonso, y éste terminó por derrumbarse y confesar.
Emilio Muñoz, su esposa Felisa García y Cándido Ortiz fueron detenidos a finales de septiembre de 1995. Me preguntó cómo sonó el timbre de su puerta cuando la policía fue a buscarles.